Ser celador: un oficio de familia.
Juan Urrego tiene 37 años, cuatro hijos y media vida dedicada a la celaduría.
Por Daiana González Navas.
Urrego gana 2 millones de pesos mensuales, trabaja hace cinco meses en la unidad Ciudadela Sevilla de Medellín, y tiene una moto Vespa Piaggio de color rojo algo corroído desde hace tres días; que se apaga a cada rato por no estar “calibrada” según él. Urrego quizás fue el celador de su unidad, del hospital al que usted va, de pronto lo vio en el estadio cuando laboraba allí o en alguno de los empleos que forman parte su enorme lista de trabajos como celador en toda la ciudad.
Juan vive en Enciso el Pinal, en una casa azul cielo de dos pisos. En el primer piso está su madre Ana Rosio Urrego, su padre José Urrego, sus hermanos: Sergio León Urrego de 40 años, Fabián Urrego de la misma edad de Sergio, su sobrino Andrés Felipe Urrego de 19 años (hijo de Sonia Urrego su hermana que vive actualmente en el municipio de Buriticá Antioquia), y él. En el segundo piso vive Francia María Urrego de 41 años con sus tres hijos. Pero no siempre fue así.
Cuando tenía 30 años , Juan Urrego vivía en el barrio Castilla junto a Laura una joven de 16 años con quien tuvo una niña llamada María Paz. “Cuando Laura quedó en embarazo no fuimos precavidos y no creímos que pudiera pasar eso. Cuando la mamá se dio cuenta y le dijo que buscara para donde irse, le dije a ella que yo era una persona responsable: “yo trabajo y doy por usted y por el que sea”. Vivimos 5 años, no nos entendimos. No me quejo fue una relación muy bonita. Me separé porque ya no la estaba pasando bueno, porque eran solo problemas”, comenta Juan.
Doña Ana Rosio, su madre, nunca estuvo de acuerdo con esa relación y aún espera que Juan pueda tener una situación estable y una mujer con la que pueda terminar su vida. “Juan ha sido muy recorrido, ha tenido muchas aventuras y pienso que a estas alturas el ya quiere tener algo serio pero con esta juventud es difícil de lograr, no se prestan para eso y él dice que mejor estar solo.”
Juan Urrego, de ojos azules escondidos, estomago pronunciado y baja estatura, tal como los amorosos de Jaime Sabines “siempre está yendo, siempre hacia alguna parte, no espera nada, pero espera,” y sus hijos Santiago, Samuel y Juan son el resultado de esas relaciones en las que esperó y no encontró.
“Sandra es la mamá de Santiago, yo duré dos años con ella, yo la quería mucho pero no funcionó, me dio muy duro, pero uno olvida. Samuel es de una costeña de Tolú que se llama Zaida, la conocí en el parque San Antonio, la vi sentada aburrida y le pregunté “¿qué te pasa?” ella dijo “no tengo amigos” y yo le dije “mucho gusto: Juan Urrego.” Entable la amistad la seguí llamando y ya; duró como 10 meses. Yo quise responder por el niño pero ella no quería y se fue, no sé nada de ella. Estuve también con una prima: Rocio. Fue en un baile y de ahí nació Juan el mayor, de 14 años, ella se demoró cuatro años en decirme que el niño era mío y yo me enteré por otros lados. Quise responder; hablé con ella pero la abuela lo quería como un hijo y tenía miedo de que se lo quitara. Las cosas se quedaron así. Al niño lo llamo, pero no lo busco mucho porque después piensa que se lo voy a quitar. Yo he sido muy inestable, las cosas no se han dado, no he encontrado la mujer indicada que me sirva, que tenga sentido de pertenencia por el hogar y que me atienda.”
Juan Urrego trabaja de 6 de la mañana a 2 de la tarde o a veces de 2 de la tarde a 6 de la tarde y cada 15 días en el horario nocturno de 10 de la noche a 6 de la mañana. Al salir del trabajo, acostumbra estar con sus amigos jugando cartas y tomándose unas cervezas. En su grupo de amigos, según su compañero de trabajo Diego Echavarría, es el más recochero y es de esos “con los que paga salir a molestar”. Algo semejante opina su sobrino Felipe Urrego, pues lo describe como una persona graciosa con la que nunca ha tenido problemas, “mi tío es muy amplio, me regala zapatos y ropa. Me acuerdo cuando me dio unos zapatos muy bonitos a los 12 años”, comenta Felipe.
Urrego no conoce otro departamento además de Antioquia; nació en un pueblo llamado Buriticá, en la vereda El Naranjo. Estudió en la escuela hasta quinto de primaria y a los 18 años se fue a prestar servicio militar en Puerto Berrío, “pero no lo hice como otros para recibir una libreta y tener trabajo, no, a mi me nacía prestar servicio, vivir esa aventura de cómo era eso allá, era mi meta y la cumplí. Pasé bueno, tuve muchos amigos, de hecho estaba tan amañado que me quería quedar allá, pero yo me presenté con un amigo y decidimos quedarnos para ser soldados profesionales. Él a última hora decidió que no, entonces yo me vine con él. Después salí y le he sacado jugo a esa libreta, no me ha faltado el trabajo.” dice Juan Urrego lleno de satisfacción.
De la escuela queda el recuerdo de que era buen estudiante, un travieso chico como cualquier otro, según doña Ana.
-Yo hubiera querido que estudiara más pero no terminó. Igual no había forma de que estudiara y tampoco prestó interés.- me cuenta doña Ana
– Yo si mostré mucho interés mamá- responde al fondo de la conversación Juan Urrego, con el temor de que su madre lo hiciera quedar mal.
-Pero se retiraron, acuérdese; le fueron cogiendo pereza y eso ya no fue problema mío sino de ellos- afirma ella y Juan con su silencio acepta.
Del servicio militar, hoy solo le queda un tatuaje de cobra en su brazo derecho que no tiene ningún otro significado además de querer hacérselo por que “un compañero sabía” y un oficio como celador que en gran parte fue heredado de su padre José Urrego; quien se vino de Buriticá a los 40 años tras un trabajo en la empresa de seguridad ATEMPI de la que ahora es pensionado y en la que Juan laboró un tiempo por recomendación de su padre; pero por aprender a manejar con los carros que le dejaban a su cuidado en el parqueadero, perdió el empleo. “Yo muy curioso quería aprender a manejar un carro y un día cogí una camioneta y aprendí allá. Cuando ya sabía mucho empecé a dar vueltas a la manzana en reversa. Por eso perdí el trabajo,” recuerda Urrego.
La sala de la casa de Juan, además de estar amoblada por unos cómodos sofás de tela blanca con flores rojas, está decorada con cuadros de vírgenes e imágenes religiosas a pesar de que la familia Urrego no es devota de la iglesia católica, pero cree en Dios porque “¿entonces quién gobierna este mundo?” pregunta doña Ana.
“Cuando eran pequeños yo los llevaba a la iglesia y si yo no iba los mandaba, pero en ese tiempo yo estaba muy joven, tenía las costumbres con las que me criaron de ir a misa todo los días, pero pasó el tiempo y fueron cambiando las cosas, fui perdiendo la fe, pero yo igual yo mandaba a los niños “vallan para misa” pero ellos ya estaban grandecitos y decían “no pa´ qué, que pereza”. es por esta razón que Juan actualmente no cree en ninguna religión; “tengo una fe lejana pero creo en Dios.” Una postura que fue en gran parte influencia de su madre. Aún así Urrego lleva siempre en su mano derecha una manilla con un crucifijo pues cree que Dios lo tiene en el mundo para cuidar a su familia, mientras va en ese paseo que define como vida y la disfruta al máximo; “En cualquier momento me puede pasar algo, simplemente estoy en el momento indicado, ósea, yo creo en el destino.”
En la enorme lista de trabajos que ha realizado Juan en diferentes empresas de seguridad como ATEMPI y Clave Seguridad CTA, se encuentran lugares como el edificio de los espejos, EPM, conjuntos cerrados en el sector del poblado, clínica Salud en Casa (actualmente SURA), estadio Atanasio Girardot,entre muchos otros que conforman sus 15 años de experiencia como celador.
Por el momento Urrego trabaja de celador en Ciudadela Sevilla deseando tener una pareja estable, una casa propia y un buen futuro para la hija que más ama y a la que ha visto crecer, María Paz que quiere ser médica. Mientras tanto, quien seguirá con la tradición de celador será Andrés Felipe Urrego, su sobrino, que acaba de salir de prestar servicio militar y está próximo a entrar a la empresa de seguridad de su tío “El tiene ya un pie adentro en la empresa, todo está listo,” comenta Juan.