Son bastantes los prejuicios que contiene la mente de un visitante cuando va a conocer el parque Bolívar. Cuando este pregunta con curiosidad ¿Cómo es aquel parque? La inseguridad, prostitución y suciedad salen a relucir entre los comentarios de la gente.
– Hay que tener cuidado- se previene el forastero, que evita llevar objetos de valor para que no le jueguen una mala pasada.
Al llegar al lugar que es indicado desde lejos por la belleza y misterio que emana la Catedral, la calidez del lugar con sus pequeños espacios arbóreos, una fuente de forma algo inentendible y el transitar de un considerable número de personas (mayoritariamente ancianos) hacen perder poco a poco los convencionalismos convirtiéndonos en observadores de una zona en donde no pasan los años a pesar de la modernidad y tecnologías que la ciudad expone tener.
Al llegar al lugar que es indicado desde lejos por la belleza y misterio que emana la Catedral, la calidez del lugar con sus pequeños espacios arbóreos, una fuente de forma algo inentendible y el transitar de un considerable número de personas (mayoritariamente ancianos) hacen perder poco a poco los convencionalismos convirtiéndonos en observadores de una zona en donde no pasan los años a pesar de la modernidad y tecnologías que la ciudad expone tener.
Asombrado de tan curioso paisaje pueblerino, el observador es interrumpido por una vendedora que aprovecha su visita para sacar un poco de lucro, ofrece sus productos sin mayores resultados y se va con una cara de desesperanza acostumbrada. Igual que ella se acercan muchas más que ven del parque Bolívar el sitio preciso para hacer sus ventas. Un parque que no los olvidó Y que sigue siendo el mismo de tiempos pasados.
-Aunque el viernes en la tarde sería momento perfecto para salir con la familia de casa y descansar en tan emblemático parque, el lugar ya no alberga a los medellinenses con tanta frecuencia, como debió ser en algún momento. Sus sillas y andenes son visitados por numerosos ancianos que pretenden cambiar el mundo con sus platicas políticas. Unos ancianos de sabiduría y experiencias incontables que solo quieren ser escuchados. El humo de cigarro y las pequeñas tazas plásticas con residuos de tinto los acompañan. Los vendedores también se han acostumbrado a esta presencia, pues en sus carritos de comidas surtidos de cigarros de todas las marcas, tarros llenos de tinto y ‘pintadito’; mentas y chicles refrescantes que disimulan el aliento de tan impregnantes productos, reflejan claramente quienes se han convertido en su clientela- piensa el observador forastero.
Uno que otro habitante de la calle transita con tranquilidad el lugar, reflejando el sentido de propiedad que tiene, pues el parque no discrimina, el parque no es de nadie y tiene siempre las puertas abiertas a cualquier público.
Después de analizar la zona, el foraster, ya sin miedo alguno, se adentra en el lugar, motivado por la escultura situada en el centro del parque (Simón Bolívar sobre su caballo) y llamado por el bullicio de la gente que se concentraban cada vez más indicando que sucedía algo fuera de lo normal. Era una obra de teatro; dos artistas callejeros de caras ya arrugadas, con materiales y vestuarios desgastados, pero amando su profesión como cualquier otro actor, expuestos a la poca estabilidad económica que da la profesión, llegan a este parque a alegrar vidas exponiendo su amor al arte.
Cerca a esta presentación se acercó un espectador al forastero y con ganas de buscar una conversación le confesó lo feliz que se sentía cada vez que visitaba el sitio, - el parque Bolívar no es peligroso, como cree la gente, es más yo vengo aquí con mucha frecuencia y este sigue siendo el mismo lugar tranquilo de antes- decía aquella persona, con euforia y satisfacción.
El visitante se paró del andén donde estaba y se despidió de aquel espectador, siguió caminando para acercarse al final del parque donde estaban varias personas esperando unos zapatos sucios y sin brillo que quisieran ser embolados.
El olor a cigarrillo y contaminación se acrecentaba a medida que pasaba el tiempo y mientras la noche iba llegando él se daba cuenta que otras dinámicas se daban en el lugar, mujeres que no siempre lo fueron salieron con sus cabellos largos bien cuidados y caras rígidas que reflejaban su masculinidad, buscando una aventura para la noche s.
El olor a cigarrillo y contaminación se acrecentaba a medida que pasaba el tiempo y mientras la noche iba llegando él se daba cuenta que otras dinámicas se daban en el lugar, mujeres que no siempre lo fueron salieron con sus cabellos largos bien cuidados y caras rígidas que reflejaban su masculinidad, buscando una aventura para la noche
-Es hora de irse- pensó, sin despejar de su mente la idea de volver una vez más a disfrutar tranquilamente aquel sitio antes de que saliera la noche.