No sé aprovechar la ocasión, voy sin rumbo, vacía y tranquila bajo este cielo desperdiciado...

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EL PARQUE BOLIVAR DE MEDELLÍN


posted by Daiana González on , ,

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Son bastantes los prejuicios que  contiene la mente de un visitante cuando va a  conocer el parque Bolívar. Cuando este pregunta con curiosidad ¿Cómo es aquel parque? La inseguridad, prostitución y suciedad salen a relucir  entre los comentarios de la gente.
 – Hay que tener cuidado- se previene  el forastero, que  evita llevar objetos de valor para que no  le jueguen  una  mala pasada. 
 Al llegar al lugar   que es indicado desde lejos por la belleza y misterio que emana la Catedral, la calidez del lugar con sus pequeños espacios arbóreos, una fuente  de forma algo inentendible y el transitar de un considerable número de personas (mayoritariamente ancianos)  hacen perder poco a poco los  convencionalismos convirtiéndonos en observadores  de una zona en donde no pasan los años a pesar de la modernidad  y tecnologías que la ciudad  expone tener.  
Asombrado  de tan curioso paisaje  pueblerino, el observador es interrumpido  por una vendedora que  aprovecha su visita para sacar un poco de lucro, ofrece sus productos sin mayores  resultados y se va  con una cara de desesperanza  acostumbrada. Igual que ella se acercan muchas más  que ven del parque Bolívar el sitio preciso para hacer sus ventas.  Un parque que no los olvidó Y que  sigue siendo el mismo de  tiempos pasados.
-Aunque el viernes en la tarde sería  momento perfecto para salir  con la familia de casa y  descansar en tan emblemático parque, el lugar  ya no alberga a los medellinenses con tanta frecuencia, como debió ser en algún momento. Sus sillas   y andenes son  visitados por numerosos ancianos que  pretenden cambiar el mundo con sus platicas políticas. Unos ancianos de sabiduría  y experiencias incontables que solo quieren ser escuchados. El humo de cigarro  y las pequeñas tazas plásticas con residuos de tinto  los acompañan. Los vendedores también se han acostumbrado a esta  presencia, pues en sus  carritos de comidas  surtidos de  cigarros de todas las marcas, tarros llenos de tinto y ‘pintadito’; mentas  y chicles  refrescantes que disimulan el aliento de tan impregnantes productos, reflejan claramente quienes se han convertido  en su clientela- piensa el observador forastero.
     Uno que otro  habitante de la calle  transita con tranquilidad el lugar, reflejando el sentido de propiedad que tiene, pues el parque no discrimina, el parque no es de nadie y tiene siempre las puertas abiertas a cualquier público.
Después  de analizar la zona, el foraster,  ya sin miedo alguno, se adentra en el  lugar, motivado por la escultura situada en el centro del parque (Simón Bolívar sobre su caballo)  y  llamado por el bullicio de la gente que se concentraban  cada vez más indicando que  sucedía algo fuera de lo normal. Era una obra de teatro; dos artistas callejeros de caras   ya arrugadas, con materiales y vestuarios  desgastados, pero amando    su profesión como cualquier otro actor, expuestos a  la poca estabilidad económica que  da la profesión, llegan a este parque  a alegrar vidas exponiendo su amor al arte.
Cerca a  esta presentación se acercó un espectador al forastero y con ganas de buscar una conversación le confesó lo feliz que se  sentía cada vez que visitaba  el sitio, - el parque Bolívar no es peligroso, como cree la gente, es más yo vengo aquí con mucha frecuencia y este sigue siendo el mismo  lugar tranquilo de antes-  decía  aquella persona, con euforia y satisfacción.   

El visitante se paró  del  andén donde estaba y se despidió de aquel espectador, siguió caminando para acercarse al final del parque donde estaban varias personas esperando unos zapatos sucios y sin brillo que quisieran ser embolados. 
El olor a cigarrillo y  contaminación se acrecentaba  a medida que pasaba el tiempo y mientras la noche iba  llegando él  se daba cuenta que otras dinámicas se  daban en el lugar, mujeres que no siempre lo fueron salieron con  sus  cabellos largos bien cuidados y  caras rígidas que  reflejaban  su masculinidad, buscando una aventura para la noches.
-Es hora de irse- pensó, sin despejar de su mente la idea de  volver una vez más a disfrutar tranquilamente aquel sitio antes de que saliera la noche.

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